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Mostrando entradas de enero, 2010

Assassini de Thomas Gifford

Una secta secreta en el seno de la Iglesia Católica que, si es descubierta, puede causar el mayor de los escándalos. 1982. El papa Calixto IV agoniza en su lecho de muerte y su sucesión desata un enfrentamiento de intereses inconfesables. En Nueva York se produce una serie de asesinatos de religiosos, entre ellos, sor Valentine. El padre de Valentine, un poderoso hombre de negocios, encomienda la investigación del crimen a su hijo Ben, un ex jesuita que conoce las entrañas de la Iglesia. En su camino es amenazado y presionado para que abandone el caso. Sin embargo, ésta es sólo la punta del iceberg de una siniestra conspiración sin precedentes en la historia de la Iglesia. Los Assassini, un grupo de clérigos violentos y fanáticos que conocen los secretos más recónditos del Vaticano, no están dispuestos a permitir que nadie se interponga en sus tenebrosas maquinaciones. fuente: pulsa aqui

Francisco de Goya

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Nadie fue más sordo que Goya al siglo XIX, pese a haber cumplido en él casi tres décadas y haber sobrevivido a sus feroces guerras. Se quedó sordo de verdad cuando amanecía la centuria, pero no ciego. Y a fuerza de mirar a su aire se convirtió en un visionario. Ese hombre cabal, lúcido y baturro gestó las pesadillas que creemos tan nuestras afincado en un Versalles provinciano y en una Ilustración de pueblo. La dieciochesca, acanallada España que le tocó vivir le valió para todo y para nada. Su tozudez y brío fueron su patrimonio: con tales alforjas saltó desde su infancia hasta la infancia de las vanguardias, que en el siglo XX lo reivindicaron como maestro. Nadie se explica aún ese raro fenómeno: fue un pintor y un profeta solitario venido desde antiguo hasta ahora mismo sin pasar por la Historia. Francisco de Goya nació en el año 1746, en Fuendetodos, localidad de la provincia española de Zaragoza, hijo de un dorador de origen vasco, José, y de una labriega hidalga llamada Gracia

Nínive, capital del imperio asirio

El Imperio Nuevo asirio tuvo en su apogeo a Nínive como capital. Dentro de sus colosales murallas Senaquerib y Assurbanipal construyeron palacios fabulosos. Pero todo quedó arrasado tras la invasión babilónica. Cerca de la actual Mosul (Irak) y a poca distancia de los ríos Tigris y Hoser se hallaba Nínive, la ciudad más grande del Próximo Oriente antiguo después de Babilonia. El visitante que se aproximaba por aquélla zona de ricas y fértiles tierras debía quedar maravillado al contemplar la imponente muralla que circundaba la ciudad. La había mandado construir Senaquerib en el siglo VII y tenía doce kilómetros de perímetro. Pero además de extensa y poblada, Nínive fue sinónimo de esplendor y dinamismo. Una ciudad ligada también a un pueblo: los asirios, que a lo largo de más de un milenio harían de Nínive primero un centro religioso y luego la capital de su imperio. El rey asirio Sargón II (722-705 a.C.) había fundado su propia capital, Dur-Sharrukin, pero su hijo Senaquerib, dist